lunes, 14 de marzo de 2011

La hora del café

Supe que lo de “nosotros” iba en serio cuando me trajo la taza de café con dos de azúcar y poca crema. Esa simple receta única y personal sabida por el “otro” es la evidencia perfecta de una complicidad entre dos. Tomar café siempre ha sido un buen pretexto para muchas cosas: para estar sólo, para hablar con otro, para descubrirnos, para dejar de soñar. El aroma, el color y la textura del café nos seduce, nos da un espacio único que invita al disfrute, a la plática, a la confidencia. El café produce una magia que no sucede con el vino, con el agua, con la taza de té. Es una bebida única, amarga y pasional, quizá por eso no nos sorprende que Ernest Descals plasme en varias de sus obras imágenes de cafeterías europeas. Los salones amplios, las paredes vestidas de madera, dos o tres personas que buscan un espacio para disfrutar de un café mientras la luz se va metiendo por las rendijas y los minutos se escapan tranquilamente. Un hombre solo toma un café y puede poner en orden sus ideas, recordar su infancia o las ilusiones que se quedaron colgadas, dos mujeres frente a una taza de café pueden descubrirse, encontrar el reflejo femenino que las confronta consigo mismas, reacomodar sus mundos, compartir y compartirse.
¿Vamos a tomar un café? Puede ser la pregunta más esperada por un amante ansioso, el pretexto perfecto para una primera cita, el centro humeante de un negocio importante pero también puede ser el antecedente a una despedida, la solemne bebida de un velorio, el remedio mas aludido para las noches en vela o la evidencia de que me quieres. La pequeña fruta roja, esconde en su semilla el detonante de las pasiones humanas, tostada por el sol o por el fuego nos transmite ese calor interno que nos cobija en las noches de frio, su color nos recuerda la noche y su enigma.
Por eso en la mañana mientras tu lees tu periódico y yo peleo con los botones de la blusa, cuando mi amiga me cuenta del nuevo tapiz de su recámara o cuando me alejo a pensarme, no hay nada mejor para acompañarse que un café, tan amargo y dulce como la vida misma.
JD

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