jueves, 31 de marzo de 2011

Kadin


Tengo una maquina de morder cosas en mi casa. Zapatos, ropa, sillas, todo le es interesante. Pero respeta los libros y las plantas. A veces se me queda mirando mientras escribo, me avienta un ruido que no alcanza a ser ladrido y al ver mi negativa de subirlo a mis piernas, suspira y se tira panza al piso. A cambio de eso le leo en voz alta, creo que le gusta, se acurruca conmigo y se queda quieto como si entendiera los versos, cuando son tristes y se me quiebra la voz, levanta la cabeza como dándome ánimos y vuelve a acurrucarse. Me acompaña. Hacemos varias cosas juntos, el domingo por ejemplo, fuimos al parque, aún le tiene miedo a todo, a la gente y a las motocicletas, como yo, pero compramos una nieve de vainilla que nos hizo más llevadero el paseo y volvimos a casa con la satisfacción enorme de salir al mundo, de alejarnos de estas cuatro paredes que nos protegen y nos aíslan. Kadin tiene la nariz fría y desconfía de los escalones, a veces se queda atorado con dos patas en un nivel y dos patas en otro, llora y se queja, luego agarra valor y sigue, por eso creo que se parece a mi, yo a veces también me atoro y chillo y grito y alguna fuerza me impulsa a seguir, el tiene tres meses y yo treinta años, pero somos amigos y nos entendemos bien. Me gusta saberlo en casa, supongo que a el también, porque cuando me ausento, me perdona la lejanía, me recibe brincando y volvemos a empezar.

JD

jueves, 17 de marzo de 2011

Amanecí triste

Amanecí triste… Por eso me escondo, por eso me muevo despacio y me busco frente al espejo, pero no estoy ahí. Sólo veo dos ojos, una boca, las arrugas y el nacimiento del cabello, pero yo no estoy. Amanecí en cámara lenta, me subí al día porque tenía que hacerlo y tomé café, me puse a pensar en lo que sucede afuera, en la vida que no alcanzo a tocar ni aunque me pare de puntitas, después por supuesto me puse a pensar en tus besos, en las extrañas ganas con las que amanecí hoy de tener un hombro para acurrucarme o cinco dedos que se enreden en mi cabello. Debe ser porque amanecí triste, azulada, si no fuese así no pensaría estas cosas, es decir no tendría porque andarme escondiendo bajo las cobijas, cerrando los ojos para que desaparezca todo o quizá para ver si encuentro algo mejor que el techo blanco. Pero no es mala la tristeza, sólo es otro estado emocional y hace mucho que dejé de luchar con los míos, la tristeza en específico es como una amiga callada, me mira desde el otro lado de la habitación, me clava sus ojos llorosos y me avienta una mueca como diciendo “Ya llegué”, se me pega como sombra y ahí andamos todo el día, acuosas, calladas, abrazadas a la almohada y a los recuerdos, nostalgiándonos descoloridas. A veces siento que la tristeza me besa la frente a modo de despedida, su boca fría en mi piel parece decirme: “Nos vemos pronto” y entonces cae un silencio lento sobre mi cabeza y una calidez me recorre la piel. Y vuelvo a empezar, otra vez en mi aparece el mundo, la gente, los helados de vainilla, los zapatos de tacón y las estrellas.

Pero hoy amanecí triste…
JD

martes, 15 de marzo de 2011

Lloremos

Puede suceder frente a la pantalla de televisión, otras veces en la oscuridad del cine, quizá caminando mientras llueve o tal vez mientras discutimos por las cosas más estúpidas (como si discutiéramos por cosas importantes, jajajaja). Así sin más ni mas, las lágrimas se me escapan de los ojos sin que pueda detenerlas. Me pregunto porque lloramos, porque cuando una emoción se desborda, gotas de agua nos brincan de los ojos. A veces me dan temporadas lagrimales, como una temporada de lluvias personal, por ejemplo puedo llorar en una boda, justo en el “Acepto”, o también cuando veo una escena tierna, o cuando mi madre me dice que me quiere, supongo que uso esas emociones externas para expiar las mías. Por cobarde claro. Seguramente muchas veces lloramos por las cosas de adentro, esas que no entendemos, que ni siquiera conocemos, pero que están ahí, enterradas, bajo un candado con mil llaves y entonces, cuando alguien se va, cuando alguien regresa y es políticamente correcto llorar, aprovechamos, pero no lloramos por el “otro” lloramos por nosotros mismos. Quizá por eso tú te enojabas cuando yo lloraba y me decías ¿Por qué lloras? y yo te decía “No se”. Era verdad, no lo sabía, supongo que no lloraba por un nosotros, sino por un yo que se estaba desvaneciendo, que se iba enfrentando con algo doloroso, con otra despedida, con otra ausencia, lloraba por mi, por que algún “crack” se había hecho presente otra vez. Al final creo, que lloramos porque es necesario, porque las emociones buenas o malas no tienen muchas opciones para manifestarse, lloramos para liberarnos, para recuperarnos, porque somos un rio contenido. Yo a veces lloro por nada, porque tengo ganas y me pongo a leer poesía, o veo una película triste triste para tener el pretexto necesario y llorarme o llorarte, según sea el caso. A veces lloro de emoción, de nervios, de coraje, a veces es solo la conciencia de estar viva la que me desborda y entonces después del limbo del orgasmo una gotita se me escurre por la mejilla, porque estoy viva, porque siento y estoy aquí regresando de la muerte que solo sucede volando entre otros brazos. Lloremos.
JD

lunes, 14 de marzo de 2011

La hora del café

Supe que lo de “nosotros” iba en serio cuando me trajo la taza de café con dos de azúcar y poca crema. Esa simple receta única y personal sabida por el “otro” es la evidencia perfecta de una complicidad entre dos. Tomar café siempre ha sido un buen pretexto para muchas cosas: para estar sólo, para hablar con otro, para descubrirnos, para dejar de soñar. El aroma, el color y la textura del café nos seduce, nos da un espacio único que invita al disfrute, a la plática, a la confidencia. El café produce una magia que no sucede con el vino, con el agua, con la taza de té. Es una bebida única, amarga y pasional, quizá por eso no nos sorprende que Ernest Descals plasme en varias de sus obras imágenes de cafeterías europeas. Los salones amplios, las paredes vestidas de madera, dos o tres personas que buscan un espacio para disfrutar de un café mientras la luz se va metiendo por las rendijas y los minutos se escapan tranquilamente. Un hombre solo toma un café y puede poner en orden sus ideas, recordar su infancia o las ilusiones que se quedaron colgadas, dos mujeres frente a una taza de café pueden descubrirse, encontrar el reflejo femenino que las confronta consigo mismas, reacomodar sus mundos, compartir y compartirse.
¿Vamos a tomar un café? Puede ser la pregunta más esperada por un amante ansioso, el pretexto perfecto para una primera cita, el centro humeante de un negocio importante pero también puede ser el antecedente a una despedida, la solemne bebida de un velorio, el remedio mas aludido para las noches en vela o la evidencia de que me quieres. La pequeña fruta roja, esconde en su semilla el detonante de las pasiones humanas, tostada por el sol o por el fuego nos transmite ese calor interno que nos cobija en las noches de frio, su color nos recuerda la noche y su enigma.
Por eso en la mañana mientras tu lees tu periódico y yo peleo con los botones de la blusa, cuando mi amiga me cuenta del nuevo tapiz de su recámara o cuando me alejo a pensarme, no hay nada mejor para acompañarse que un café, tan amargo y dulce como la vida misma.
JD

sábado, 5 de marzo de 2011

Gato


Antes de las cruces y los círculos lo nuestro era perfecto.
Teníamos acuerdos: fuimos justos en el uso de los columpios, compartimos las galletas y las palitas en el arenero. Pero cuatro líneas entrecruzadas nos hicieron contrincantes. Crayola en mano, frente a frente, mi cruz seguida de su círculo nos descubrió enemigos sobre el tablero de papel compartido. Han pasado treinta años, yo sigo con mi cruz, él con su círculo.
¿Quién dijo que jugar al “gato” es inofensivo?
JD