Tengo una maquina de morder cosas en mi casa. Zapatos, ropa, sillas, todo le es interesante. Pero respeta los libros y las plantas. A veces se me queda mirando mientras escribo, me avienta un ruido que no alcanza a ser ladrido y al ver mi negativa de subirlo a mis piernas, suspira y se tira panza al piso. A cambio de eso le leo en voz alta, creo que le gusta, se acurruca conmigo y se queda quieto como si entendiera los versos, cuando son tristes y se me quiebra la voz, levanta la cabeza como dándome ánimos y vuelve a acurrucarse. Me acompaña. Hacemos varias cosas juntos, el domingo por ejemplo, fuimos al parque, aún le tiene miedo a todo, a la gente y a las motocicletas, como yo, pero compramos una nieve de vainilla que nos hizo más llevadero el paseo y volvimos a casa con la satisfacción enorme de salir al mundo, de alejarnos de estas cuatro paredes que nos protegen y nos aíslan. Kadin tiene la nariz fría y desconfía de los escalones, a veces se queda atorado con dos patas en un nivel y dos patas en otro, llora y se queja, luego agarra valor y sigue, por eso creo que se parece a mi, yo a veces también me atoro y chillo y grito y alguna fuerza me impulsa a seguir, el tiene tres meses y yo treinta años, pero somos amigos y nos entendemos bien. Me gusta saberlo en casa, supongo que a el también, porque cuando me ausento, me perdona la lejanía, me recibe brincando y volvemos a empezar.
JD
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