Antes de las cruces y los círculos lo nuestro era perfecto.
Teníamos acuerdos: fuimos justos en el uso de los columpios, compartimos las galletas y las palitas en el arenero. Pero cuatro líneas entrecruzadas nos hicieron contrincantes. Crayola en mano, frente a frente, mi cruz seguida de su círculo nos descubrió enemigos sobre el tablero de papel compartido. Han pasado treinta años, yo sigo con mi cruz, él con su círculo.
¿Quién dijo que jugar al “gato” es inofensivo?
JD
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