jueves, 26 de noviembre de 2020

Vivir frente a la pared


 

Una mañana en marzo en la oficina nos dijeron que tomáramos nuestras cosas y que nos fuéramos a nuestras casas, ya después enviarían las instrucciones precisas, recomendaciones adecuadas y mensajes motivadores que nos ayudarían a sobrellevar esta pandemia.

Huimos en tropel; a nuestros hogares, con los nuestros, a resguardarnos sin saber muy bien de qué.

En casa hicimos las adecuaciones pertinentes, la mesa que aguardaba doblada debajo de la cama se convirtió en escritorio, jalamos extensiones, buscamos espacios no destinados para ello a convertirse en oficina, sala de juntas, área de trabajo, nos organizamos y a mí me tocó la ventana y una pared. Desde aquí veo sesenta ventanas vacías que me observan cotidianamente, los autos pasan por la avenida de vez en vez haciendo un ruido ahora casi desconocido y lo lejos dos pequeños montes me anuncian el ciclo del sol recordándome que allá, lejos de estas paredes, algo florece, que al menos algún ritmo no se ha visto interrumpido, que la vida sigue.

Vivo frente a una pared blanca, que, como una hoja de papel, me invita a llenarla de palabras y me refleja todas las ideas que no tienen forma en mi cabeza, a un lado, la cocina siempre tiene un café o un bocadillo para sobrellevar el día y mi perro, atrás de mí, fiel guardián, espera acostado y aburrido la hora de su caminata vespertina.

Vivo frente a una pared blanca que me ha permitido hacer planes, escribir cartas secretas, aprender cosas nuevas. Poemas atrapados y cuentos atorados en los dedos, han encontrado su destino. Esta esquina de dos metros cuadrados, mitad ventana, mitad pared, es mi refugio, mi habitación propia. Con el pelo revuelto, con ropa cómoda, armada con café caliente y un paquete de cigarros, esta esquina es librería, sala de conciertos, pista de baile, café frente a un parque, tertulia literaria, silencio fértil.

Un lugar envidiable para habitar.

Perdóname Virginia, no me alcanza para una habitación completa, pero en tiempos de pandemia, una pared blanca puede ser todo un paraíso.

Justine Hernández

jueves, 9 de abril de 2020

El salero



Ayer se rompió el salero… 
Desde mis dedos dio tres volteretas y se hizo añicos en el suelo, granos blanquecinos y diminutos pedazos de cristal causaron conmoción en la cocina…
Es una tragedia.
Sazonar la comida es bastante complicado sin este pequeño artefacto.
La sopa desabrida y el guisado salado….
He buscado por toda la alacena algún repuesto, algún especiero viejo, un botecito pequeño, algún contenedor con orificios que haga las veces de salero auxiliar.
Nada.
 Me pregunto por qué si tengo ocho platos hondos no tengo un salero de repuesto. 
Aquí vivimos dos y nunca comemos sopa, pero siempre comemos sal, demasiada, si escucho la voz de la nutrióloga.
Hace años robaba saleros cada vez que podía. Lo hacía por diversión y manía, por hacer algo diferente… Era un acto de transgresión diminuta que me daba placer.  Atreverme, saberme dueña de algo que no me era propio y la satisfacción de ver el trofeo nuevo en la mesa de la cocina no tenía precio, la ansiedad y el riesgo estaban justificados. 
Llegué a tener decenas de saleros de fondas, loncherías, restaurantes, cenadurías diferentes. Incluso uno con un borde dorado y moñito de color rojo proveniente de una boda elegante a la que asistí.
Al final… todos los saleros fueron regalados… 
La colección alcanzó para proveer a familia y vecinos de estos importantes invitados a la mesa…
Debí quedarme con uno de repuesto…

Como recuerdo…
Como fetiche…
Como acto de prevención…

JH


miércoles, 1 de abril de 2020

Julio. El sostener



Me desayuno con tus mensajes en la pantalla de mi teléfono, 
con la foto de tu café sobre el escritorio, con tu horóscopo chino a modo de guía.  
Construyo tu rutina con los retazos de realidad que derramas a lo largo del día, 
un camino de migajas electrónicas y virtuales que me ayudan a darle forma a tu camino.
Un camino que no te guía a mí, 
pero que me dirige a la casa de caramelo que son tus brazos, tu espalda, tu voz….  
Soy una Gretel glotona y te sigo. 
(Te persigo)
Cae la hora violeta...
Yo te espero y pienso nuevamente en ti. 
En eso que no me dices y que yo me invento. 
Porque al final, Lucía, sólo existes porque yo te creo, 
porque eres la idea y el escape, ilusión hecha a mi medida y a mi antojo…
Que placer es entonces saberte en el mundo, en tu mundo.
Nos sostengo Lucía, 
Caminando decididamente en paralelo, para encontrarte cada vez más tu, 
cada vez mas mía, 
lejana y perfecta. 
En la solitud de mi deseo, en la volatilidad de mi mente, en la eternidad de cada instante.
Sostenible.

JH