viernes, 10 de abril de 2015

 
 
Lejos del ruido, del miedo, de lo cotidiano, uno se enfrenta a esta parte adormecida, distraída y subconsciente que se esconde detrás de los ojos y detrás de la piel.

El silencio como compañía es a veces un cómplice y a veces un verdugo, desgraciadamente uno nunca sabe cuál será el disfraz del momento y armarse de valor para invitarlo a acompañarnos no siempre es fácil.

Arriesgarse, sustraerse del mundo y encontrarse con los torrentes internos puede generar más adrenalina que una montaña rusa.

¿Quién soy cuando no hay nadie, nada?

¿Qué es lo soy cuando no está la voz, el recuerdo, la posibilidad, los dos pies firmes en el piso?

Soy la resolución, el instinto.

Soy la carne marcada por el tiempo o por las bocas, sin dolor, sin caricias.

El tejido y sus articulaciones, las vísceras.

Animal sobreviviente de la cadena alimenticia, sin aparente razón alguna.

Soy la que no tiene nombre, ni etiqueta, ni motivo.
 
 
JD

Como otro


 
Las comparaciones son inevitables, el alma de una ciudad a la de otra, la distancia de un ojo a un pulgar, de un lunar a una rodilla , el olor del café de la esquina al de la cafetera de mi casa.
Siempre los segundos acercamientos serán evaluados.

Comparamos todo, excepto al amor. No es posible, porque en resumen, somos otros, otras. Fueron otros días y colgarles un calificativo es demasiado subjetivo.  Sin  embargo, es  el referente inicial, el que abre la primera herida, el que marca el  surco a seguir,  la base, el génesis emocional.
Y es difícil brincar a otro campo, irse por otra vena de corazón a cerebro,  para no toparse con el antecedente, en consecuencia,  uno tiene que ir a tientas, pisando con cuidado para no caerse,  para no asomarse a los abismos, para no volver la vista atrás y huir despavorido o detenerse.
JD

Amorfos


 
El silencio de mi cuerpo me lo dice: algo está pasando.
Yo que pensé que era fácil saberse con la lengua y con los dedos. Que las ganas de verse, estar, tocarse, estaban implícitas, parece que a veces, la fisicidad interfiere. Aunque pudiera uno encontrarse con un sabio y amarse sin el cuerpo, comunicarse sin tocarse.

Debe ser que soy bastante elemental. Enfrentarme a la otredad es “per se” atemorizante. ¿Cómo voy a lograrlo sin tender el puente de la carne? Mi vientre, mi sexo, mi  pecho, son visceralmente importantes, emocionalmente imprescindibles... Corro el riesgo de tocar y ser tocada, expongo la vulnerabilidad más allá del desnudo, ahí donde está el instinto y el diente y el fluido.

No conozco mejor manera para encontrarnos, que urgentes, amorfos y amantes.
JD