Lejos del
ruido, del miedo, de lo cotidiano, uno se enfrenta a esta parte adormecida,
distraída y subconsciente que se esconde detrás de los ojos y detrás de la
piel.
El silencio
como compañía es a veces un cómplice y a veces un verdugo, desgraciadamente uno
nunca sabe cuál será el disfraz del momento y armarse de valor para invitarlo a
acompañarnos no siempre es fácil.
Arriesgarse,
sustraerse del mundo y encontrarse con los torrentes internos puede generar más
adrenalina que una montaña rusa.
¿Quién soy
cuando no hay nadie, nada?
¿Qué es lo
soy cuando no está la voz, el recuerdo, la posibilidad, los dos pies firmes en
el piso?
Soy la
resolución, el instinto.
Soy la carne
marcada por el tiempo o por las bocas, sin dolor, sin caricias.
El tejido y
sus articulaciones, las vísceras.
Animal
sobreviviente de la cadena alimenticia, sin aparente razón alguna.
Soy la que
no tiene nombre, ni etiqueta, ni motivo.
JD