Me descubrí mirándole las nalgas. Seguí observando. No la pensaba desnuda, es cierto, lo repetí en mi mente para apaciguarme. Solo le miraba las nalgas, trate de descubrir la silueta, la caída de la espalda, la curvatura donde inicia el muslo, todo ello bajo el pantalón holgado
Delgada, es delgada. Yo desvió la mirada, no quiero que me sorprenda como me sorprendí yo: mirándole las nalgas.
No la deseo, no le he mirado ni la boca. Me parece demasiado triste, creo que si la besara las lágrimas me saldrían a borbotones, lloraría por ella, días, noches, lágrimas gordas indoloras, lo haría por su tristeza. Pienso que tal vez eso la pone más triste. Estúpida situación la de ir uno regando su tristeza. Tirándola así nomás por donde uno pasa. Por eso no la deseo, por eso no la besaría. Ahora que lo pienso, eso es una grosería, es un atentado. Ya está el mundo bastante triste como para que las mujeres lo estén aún más y peor que eso, que caminen y tiren la tristeza sin darse cuenta.
Así me despedí de ella.
Triste.
No tanto como si la hubiese besado, ni suicida como si la hubiese deseado. Sólo triste y sólo por mirarla. Nada me duele, sólo estoy triste por ella, de ella.
Le dije adiós.
Rápidamente caminé a mi casa. Cerré la puerta y me quedé en silencio, tan callada como sus ojos. A medida que se me va su imagen se me va lo triste. Mañana quizá ya la haya olvidado y me sienta mejor.
JD
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