Finalmente llegó el encuentro de escritores en Chamacuero, encontrarte con las nuevas caras viejas de cada año, sentirte poeta por unas horas, sentirte escuchada en silencio por unos minutos mientras vas desnudándote y dándote en un pequeño poema, en un largo cuento.
Con dos horas de sueño y mis letras, llegué al jardín central, me anoté en una lista, recibí mi antología del año pasado y coloqué mis cartoneras en la mesa de venta de libros como si fueran un best seller… Me recargué en uno de esos árboles y me senté a escuchar, a escucharme, porque los poemas me llevaban a otras ideas, a otros momentos, a otros lados y porque no decirlo a esos ojos, a esa piel… Entonces escuché mi nombre, tomé el micrófono y sentí nuevamente esos nervios que se me agolpan bajo la lengua, en medio de la panza y comencé a leer… por primera vez no busqué sus ojos en alguna silla… voy caminando.
Un chico leyó poemas para su novia Norma, la chica se sonrojaba y alzaba la cabeza orgullosa de ser reconocida como esa “de boca carnosa, de piel alba y manos gráciles” Pensé que yo no quiero ni puedo ser Norma, pero me enamoré de la escena rosa y sonreí recordando mis poemas de amor, mis estados de amor… Un poco después una chica leyó un cuento eterno, hablaba de seres extraños, mundos alternos, una historia un poco complicada de la que solo recuerdo el final: la reina se comió al rey a mordidas…
Mis invitadas llegaron justo a la hora de la comida, con el tiempo exacto para la penca rellena, el clericot y la nieve de limón. ¿Mencioné que ese día fue el cumpleaños de mi madre? Verla ahí sentada escuchando mis poemas le dió el marco perfecto al día. Esa mujer de la que tanto soy y tanto me es…
Estando ahí, enfrente de todos, leyendo las locuras que pienso, las palabras que me brotan de los dedos, las pequeñas grandes historias de mi vida… Me pregunté que pensaba Belem mientras escuchaba, que anotaciones hacía en su cabeza sobre esta amiga suya, convertida por unas horas en esa otra que pocas veces se descubre…. ¿Qué es lo ven los demás? ¿Qué se asoma, que parte del caleidoscopio Justiniano se descubre, que pedacitos se esconden? ¿Quién dice que uno necesita quitarse la ropa para sentirse desnuda?
Al final del día a mi sólo me quedan ganas de seguir escribiendo, me llevo un libro nuevo bajo el brazo, el gusto de encontrarme nuevamente con otros locos como yo que anotan y anotan palabras sobre el papel para contarse historias y claro, el abrazo recibido bajo la sombra de un árbol…
JD
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