¿Qué te vas a donde? Dijo mi mamá…
¿Qué me voy a donde? Pensaba yo.
Pensé que había aprobado geografía y que jamás, jamás en mi vida había escuchado ese lugar…
Somos tan egoístas, que pensamos que el mundo son las cinco cuadras que nos rodean.
Ixmiquilpan es un pueblo pequeño, escondido entre la sierra, mecido con el dulce ritmo de su lengua nativa, el ÑAÑU. Hombres y mujeres de baja estatura, de piel tostada de sol, de manos de trabajo, de ojos de esperanza, caminan cada lunes rápidamente hacia la “plaza”, que es el mercado que se instala prácticamente en todo el pueblo y que reúne a las comunidades aledañas para comerciar plantas, verduras, frutas, ropa, cazuelas, alimentos, dos o tres discos de cumbia tribal, la posibilidad de “desbloquiar” un celular “del norte” y otras cosas mas o menos necesarias e indispensables.
Es una zona de balnearios, cada fin de semana, “los visitantes” mayoritariamente del DF (olvidé decir que Ixmiquilpan pertenece al estado de Hidalgo), se arremolinan en las entradas de los parques acuáticos que ofrecen aguas termales, honguitos multicolores chorreantes de agua, barcos piratas de fibra de vidrio y toboganes peligrosos por una módica cuota, que incluye la posibilidad de lucir y ver lucir los cuerpos de los “otros visitantes” en traje de baño. Es una locura, todo el espacio natural invadido de gente, de olor a carne asada, a pollos a la leña, a latas y latas de atún revueltas con mayonesa y verduras, a cerveza caliente, a vino barato y bronceador de zanahoria. Pero poco después la noche cae, los camiones se atiborran de gente que huye e Ixmiquilpan vuelve a ser el mismo. Tenemos un bar, como diez iglesias, una central camionera en construcción, un jardín central con una Diana Cazadora cuya atracción importante es que está lleno de vendedores de elotes, raspados, paletas, papas fritas, plátanos machos con mucha leche condensada, tlacoyos y quesadillas, zacahuil, atole blanco, algodones de azúcar de color rosa, azul y morado y un trenecito que da interminables vueltas y cobra una tarifa de cinco pesos a cuanto chiquillo intrépido este dispuesto a la aventura.
Aquí la vida transcurre tranquila, aquí yo transcurro tranquila también, Samir me observa leer y se asoma al patio buscando alguna planta que pueda comerse, algún vecino al que pueda ladrarle o alguna mosca que lo saque de la interesante tarea de morder su correa o alguna piedra de buen tamaño. Ha sido bueno estar aquí. En silencio, leyendo, descubriendo como suenan los cantos de los pájaros en la mañana, como el agua brota de las piedras y llena todo de vida, como el exilio nos permite ver la vida desde otra perspectiva…Desde lejos…
JD