lunes, 17 de noviembre de 2014

Rumoroso Delta II


 
Truman Capote empezó a escribir cuando tenía  ocho años,  “Escribir era algo que yo tenía que hacer y no entiendo exactamente porque esto debía ser así, Escribía y escribo por obsesión” admite en su biografía.

 Yo nunca me he preguntado porque escribo, es algo que hago constantemente y desde siempre, a veces escribo incluso sin llegar a la hoja de papel o a la pantalla de la computadora, escribo en mi cabeza y estoy segura de que he escrito los mejores poemas mientras estoy dormida y me enoja siempre, despertar y no recordar el acomodo exacto de las palabras. A veces creo que escribo porque tengo demasiadas cosas en la cabeza, que no es lo mismo que tener mucho que decir, escribo porque me es natural, porque mis amigos imaginarios me abandonaron hace mucho tiempo y porque no he encontrado otra manera de explicarme a mi misma.

Sin embargo, saber escribir, es decir, conocer las reglas ortográficas y tener claras las formas gramaticales, no es suficiente para atreverte a publicar un libro, para ello es necesario al menos, escribir medianamente bien, y el oficio se torna difícil y tortuoso cuando uno entiende esto. Publicar un libro es algo totalmente distinto a escribir, uno puede aventar palabras en el papel siempre, pero publicar un libro implica otras cosas que nunca pensaste, por ejemplo, que elegir para llenar las páginas y cuantas páginas llenar, el gramaje de papel, el tamaño, el tipo de letra y el título, ¿Debe uno dedicarlo o debe uno guardarse el secreto con el anhelo de que alguien se encuentre entre las líneas de tu poema y te lo diga, sólo para confirmar que lograste transmitir lo que querías? ¿cómo será el diseño de la portada? ¿Cómo vas a ordenar tus textos?  ¿Llevara un índice? ¿un comentario final? Todos estos  detalles nunca cruzaron por tu cabeza cuando te sentabas en la banca de un parque con tu libreta a escribir y al menos a mí me resultaron bastante complicados. 

Después viene el  proceso de la edición, entregar lo que tu consideras  tu obra máxima a una persona para que la evalúe, la desfragmente, la analice, la organice, mientras tú, desde la trinchera observas pacientemente esta evaluación. Porque los escritores somos celosos y amamos nuestras letras, y aunque hemos aprendido que hay que “alejarse del texto” simplemente hay frases, palabras y  puntos suspensivos de los cuales nos es difícil desprendernos. Afortunadamente para mi y para mi ego, Rumoroso Delta solo tuvo una cirugía menor y transitoria y nos recuperamos rápido de la eliminación de comas y división de versos.

Lo que sigue no es muy alentador, hay que  iniciar los trámites, el registro de derechos, el isbn,  hacer los pagos, hacer las filas, sacar las copias y llenar formatos inentendibles en letra de molde y por triplicado. Eso resulta más difícil que todo lo anterior y la editorial se pregunta si realmente debe publicarle un conjunto de poemas a alguien que no entiende cómo llenar el formato F-5, F-7 y F 56….

Después la magia sucede. Ves tu libro ahí, empacadito y brillante,  te observa retador como diciendo, ¿soy como querías? ¿he cubierto tus expectativas? Y tu realmente no puedes contestarle, porque eran tan grandes, tan ambiguas, tan subjetivas, tan nulas. Que no puedes hacer otra cosa más que aceptarlo  per se.

Rumoroso Delta es para mi una aventura, una aventura compartida con todos los que le han puesto o quitado algo, una suma de momentos, realidades y olvidos, es irónicamente principio y  fin, y es el triunfo de esa voz a la que no puedes callar, esa que te brinca en forma de palabras a los dedos…. Quizá como dijo alguna vez Wilde, al final uno escribe para que lo lean, para así poder seguir escribiendo.

JD

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