Mi modelo de
familia no es nada convencional, mis padres se divorciaron no solo una sino dos
veces, de otros cónyuges, claro, para no ser repetitivos e incluso intentan con
unos noveles terceros; no tengo un solo hermano “completo” pues somos mitad de aquí
y mitad de allá y he pasado casi toda mi vida, lejos de alguien que lleve al
menos uno de mis apellidos. Y aunque todo ese bagaje pudiera determinar un
inevitable fracaso en mí, la realidad es que me ha ido bastante bien y me
parece que al final consciente o inconscientemente esto fue lo que me dejaron:
Mis padres me
enseñaron que hay que apostarle al amor, que un final no es un fracaso sino una
solución inteligente para no estar jodiéndose la vida y que alejarse en el
momento preciso, es a veces también un acto de amor. Aprendí que siempre se
puede volver a empezar y que si vas a empezar hay que ir por el todo, jugárselo
todo, dar todo.
Me enseñaron que
la vida no es fácil que hay que ganársela y que el esfuerzo vale más que el
resultado. No me contaron cuentos de hadas: me enseñaron la verdad. Me dijeron
que las cosas son como son y que uno tiene que aprender a lidiar con eso.
Me enseñaron que
no importa de dónde vienes, sino a dónde vas y como caminas para llegar a ello.
Me enseñaron a decidir y a enfrentar los resultados, me gustaran o no.
Me enseñaron que
yo soy yo y que eso podía gustarme o no, pero que no era su problema, sino el
mío y que era el resultado de cada acto, cada omisión y cada paso propio,
porque al final solo yo podía modificarme a mí misma.
Me enseñaron que
nada es eterno, que el cambio es constante y hay que hacer con eso lo mejor que
puedas: aprender, acomodarte, crecer.
Me enseñaron que
el amor no depende de la cercanía, ni de las cenas navideñas, ni de estar de
acuerdo con el otro, ser igual al otro, sino que la decisión, la intención y el
respeto mutuo son más efectivos para sostener relaciones fuertes.
Es decir que al
final de todo, no me fue tan mal…¿o si?
JD
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