Entrar ahí fue como entrar a otro mundo, un mundo que existe a veinte pisos de distancia de la banqueta sobre la que yo camino. El piso de mármol, el aroma delicioso de perfumes y lociones caras, las sonrisas de portada de revista en todas las personas con las que me topé en el vestíbulo, enmarcado por dos fuentes modernistas, cuyo sonido de cascadas te hacía sentir que estabas en el paraíso. Wow, todos aquí son bellos, sus ropas delicadamente elegidas, sus bolsos con logotipos reconocidos y el sonido de sus zapatos de diseñador sobre el pasillo que da a los elevadores, me hacia tin tin en la cabeza. This is the happy people. Anduve ahí, conociendo, intrigándome, preguntándome, cuestionándome… ¿qué sucede, en donde reside la gran diferencia, que es lo que ocasiona el abismo entre unos y otros? La cosas es sencilla, the happy people, no tiene que preocuparse por sobrevivir, al contrario de millones de mexicanos para quienes cada día es un reto constante. Yo no quiero hablar de política, ni de posturas gubernamentales, mucho menos de las muchas necesidades que como nación tenemos, lo que si quiero decir es que es difícil sonreírle a la vida cuando se tiene que sobrevivir. The happy people, tiene un trabajo seguro y que paga bien, una vivienda cómoda, una familia de foto de revista y la capacidad para comprar libros, ir al teatro e incluso irse de vacaciones. The happy people no hace filas a las 4 de la mañana en el seguro social para recibir dos cajas de naproxeno que no sirven de nada, no hace tres horas de distancia de su ranchería a la fabrica mas cercana donde pagan el salario mínimo por doce horas de trabajo sin ninguna prestación “de ley”, no repite el menú de su comida cinco días a la semana, ni envía a sus hijos a escuelas en las que los libros de texto son el único material didáctico con el que se cuenta. Ellos viven en un país diferente…. a veinte pisos de las banquetas….
JD
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