Después de sumar las horas de madrugada en la carretera, después de sumar las monedas para el viaje, después de juntar las respuestas a las preguntas esperadas, después de ver a mi madre esperando despierta a su Mafalda y preguntarnos por nuestras vidas, las comunes y las ajenas, por los amores y las circunstancias, después de llorar y reír como hembras que han luchado con la vida a cuestas. Después del desayuno con Josean en el que nos sobró café y nos faltó plática. Después de llegar al teatro, de los bailarines, de la desesperada búsqueda de camerino y espacio para ensayar, del olor a brea, gomina y maquillaje, aparece ella. María corre como desde otra dimensión y se abraza a mi como buscando refugio. Lloramos.
¿Quién se refugia en quien?
¿Quién es la niña, quien la mujer?
Y nos quedamos así, abrazadas, llorándonos, cada quien por sus cosas, por sus luchas, por sus miedos.
Abrazo, abraso…
Abrazo, abraso…
Colgadas una de la otra nos convertimos en todas las causas y soluciones que nos atañen, somos una para la otra, por un segundo, el ancla que nos mantiene, la madre lejana, el padre perdido, el amor descalabrado, la ilusión de unos ojos, la amiga que nos duele, la hermana pequeña, la hermana lejana, la vida que late, la soledad que se nos hace evidente. Pero somos también un par de brazos, brazos ajenos a los mios, que en este momento me reciben, me arropan, que no preguntan, que solo me envuelven y reciben a su vez mis brazos, y no hace falta nada más.
Después, después, después vino la llamada, el café, el público, la risa, la placidez, la sonrisa… me quedé con el abrazo, de esa hermana mía mujer convertida, que me sigue desde la distancia con sus convers y su piano, caminando por su vida.
JD
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