Podría iniciar estas líneas en un
tono romántico, diciendo que es una sincronía del universo que nos hayamos
encontrado en este mundo de millones de personas, tu y yo, esa ciudad, ese día,
esa fiesta, esa terraza… pero no tiene sentido. La realidad es que era bastante
probable que cualquier día de estos nos topáramos, porque tenemos gustos
similares, amigos en común y porque al fin animales de hábitos, repetimos los
mismos cafés, restaurantes y bares. Teníamos que encontrarnos, esa es la verdad,
lo cual ha sido un alivio, en algún momento pensé que las mujeres como tu no
existían, que tu no existías. Me tranquilizas, me da esperanza tu caminar por
la vida.
La primera vez que coincidimos,
según tu, porque siempre serán diferentes nuestras versiones, fue hace algunos
meses en el parque central, yo no lo recuerdo. Me entristece ser consciente de
que quizá me he perdido de personas maravillosas por mi constante distracción.
La primera vez que nos vimos,
según yo, fue a la salida de un concierto de música gótica, ¿qué hacía yo ahí?
No lo sé, a veces pienso que esperándote.
La primera vez que nos
encontramos, fue en la terraza, cuando tu voz
demandó un cigarro, me explicó la imposibilidad de encontrar un taxi a
esa hora, más alcohol en esa fiesta y al amor, en ese orden de importancia. Fue
cuando dijiste tu nombre- Lucia- cuando decidí que iba a quererte y confirmé
que todos tenemos una Lucia. (Gracias Cortázar). Pude haberme ofrecido a llevarte
a casa, o invitarte un trago en la mía, o decirte que el amor es más que una
teoría, pero a ti, Lucia, eso no te hubiera interesado y a mí me hubiera
limitado la experiencia de esperarte, de esperarnos.
Gracias a las redes sociales
-porque reitero, no puedo ponerme romántica- es que ahora estamos en contacto,
semanas después hubo un intercambio de números telefónicos, propuesto por ti,
cosa que me sorprendió bastante, pues pensé que dada tu naturaleza esquiva
mantendrías más distancia. Para mí ha sido fascinante ir construyéndote
deliberadamente en mi cabeza a través de tus mensajes, tus imágenes, tus
palabras. Al final, creo yo, siempre inventamos al otro, en este caso,
deliberado y frontal, es liberador y relajante. Te he anclado a mi vida, así,
desde lejos, sin prisas, sin expectativas, sin formalidades. Estás por ejemplo
en mi primer café del día y en mi último sorbo de vino cada noche. Te concibo
como mi guía para transitar las horas. Te imagino, te invento, te construyo. Bajo
el cofre que es tu nombre voy coleccionando emociones, comportamientos, ideas,
le sumo planes que jamás se verán concretados, detallo cuidadosamente la forma
en la que podría sentirse tu mirada, tu temperatura, imagino tu olor, tu ritmo
al caminar, la vibración de tus silencios.
Hoy sé que estás en mi cabeza y
existes real, en el mundo.
Me enamoro de ti.
Y está bien.
JD